En los tenebrosos confines de los Cárpatos, un gemido lastimero quiebra el sepulcral silencio que envuelve los bosques. Seres extraños de la noche huyen presurosos hacia sus gélidas y oscuras guaridas, mientras una tenue luz serpentea por las angostas escaleras del vetusto castillo del antiguo archivero.
Cuál si fueran los tentáculos de algún dios primigenio, la llama de una vela repta desde las entrañas de la tierra hasta el almenar de la decrépita construcción. Al alcanzar la cima del monstruoso monumento, una pausa infinita detiene tanto el tiempo como el latir del corazón de cualquier alma incauta que osara acercarse a tan desaconsejable morada.
De súbito, como una estocada en la mismísima alma, un chirriante pitido cede ante un sordo zumbido de ventiladores. El cadalso, sumido ahora en una luz mortecina y azulada, lanza al frío viento de la noche eterna una melodía que a muchos resulta tan conocida como odiada.
Ti, to, ta, tin!
Dedos macilentos, más propios de una momia desahuciada que de un genuino ser humano, golpean las teclas de un artefacto refrigerado con sangre de orcos. En la pantalla, una dirección:
Los diminutos ojos negros del viejo momio fijan su siniestra mirada en el teclado, antes de presionar la execrable tecla del enter, antes de retornar a la vida digital, antes de volver a atormentarnos con sus relatos que perturban nuestros sueños…
Desprovisto de toda empatía, como es de esperar en un ser que martiriza a sus siervos Yiepp e Igor, que acumula en su propio ser tanto polvo como el que recubre sus desgastadas estanterías, el Viejo Archivero presiona con desdén la tecla ENTER, mientras sus acartonados labios esbozan lo que, en su atormentada mente, podría pasar por un intento de sonrisa.
El Viejo Archivero ha vuelto, ¿estás preparado?
